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martes, 27 de marzo de 2012
Día 0. Madrid - Talavera de la Reina
La realidad es que esta etapa es sólo el acercamiento a Atocha y el desplazamiento en tren hasta Talavera de la Reina. En lugar de etapa es un aperitivo. Pero un aperitivo de casi 20 kilómetros pertrechado ya con las alforjas y todos los avíos.
Salgo de casa a las 15:30 para ir por el carril bici y Madrid Río hasta Legazpi. Hace calor y, aunque no he comido, llego a la hora establecida porque el trayecto es casi todo llano picando algo hacia abajo y se hace aún sin fuerzas. A la altura del Matadero le doy un toque a Luis para encontrarnos en la misma plaza de Legazpi y así nos hacemos juntos la subida hasta la estación de Atocha.
Según entramos en la estación vemos a Julio que habrá llegado unos cinco minutos antes. Son las 16:35. Mi ruta en bici acaba aquí por hoy. Son casi 20 kilómetros, suaves, que habrá que acumular a los 185 kilómetros que tenemos planificados hacer en los próximos tres días.
Le enseñamos los billetes a la chica que está en la entrada que tenemos que tomar para los andenes de medio recorrido y nos dice que el tren a Talavera no sale en Atocha sino en Villaverde Bajo, y que sale a las 18:00 en vez de a las 17:30. Empezamos a revisar el billete de tren por todas sus esquinas y al final aceptamos pulpo como animal de compañía ya que de lo que pone podría entenderse eso, pero es todo bastante confuso.
El caso es que lo único que hemos de hacer es ir al andén, subir en el próximo tren que pase por Villaverde Bajo y esperar allí a la salida del tren a Talavera de la Reina. Como yo no había comido comentamos la posibilidad de picar algo en la misma estación de Atocha, pero la chica nos dice que lo hagamos mejor en la estación de Villaverde y allí esperemos a la salida del tren tranquilamente.
Y le hacemos caso y allá que bajamos al andén, cogemos un tren que iba a Parla o a Aranjuez (ya no recuerdo) y nos plantamos enseguida en Villaverde Bajo. En la misma estación nos hacemos una parcelita en la barra del bar y nos atiende una chica tan bajita como simpática. Se mueve que parece que se ha tragado un rabo de lagartija. Le pido amablemente una foto para la colección, pero me dice que no es fotogénica y no nos la hacemos. Eso sí, nos prepara unos bocatas más que dignos, regados con sus buenos botellines. Y como aún tenemos tiempo hasta que salga el tren, nos prepara unos muy dignos cubatas. El mío de Legendario. Me dice que está muy de moda ahora ponerlo con zumo de piña y nos prepara un chupito, pero ni a Luis ni a mí nos gusta. La piña mata todo el sabor del ron. También nos dice que le demos recuerdos al revisor, que se llama Pedro, o Peter, y que es majo.
Llegada la hora nos bajamos al andén y hacemos por encontrar al tal Peter que está en cabecera de andén con el maquinista del tren. Le decimos que vamos de parte de la chica del bar, creo que se llamaba Ana, y subimos al primer vagón con las bicis pegadas a la cabina del maquinista.
Va también en el vagón una chica que habíamos visto tomando algo sola en el bar. Debe tener nuestra edad, con una huerta espléndida pese a la pertinaz sequía que padecemos; aunque de cara, carísima. Diríase que la droga es muy mala. El caso es que se sienta con un joven, al que le sacará fácil veinte años, y en la hora y media que tardamos en llegar a Talavera no paran de charlar. Con él se baja en Talavera y desaparecen juntos por el andén. Igual hacen la misma colección de cromos.
Peter nos recomienda varios sitios para cenar y salimos de la estación de Talavera de la Reina juntos. Nos montamos en las bicis y nos vamos a sellar a la Iglesia de Santiago. Hemos de esperar algo porque están terminando un funeral, pero logramos el sello. Desde ahí nos vamos a la Iglesia de Nuestra Señora del Prado, patrona de Talavera. La iglesia es bien bonita, pero la sacristía está cerrada. Damos una vuelta por el exterior y cuando estamos a punto de irnos nos chilla un joven que resulta ser un sacerdote que al ver las bicis intuyó que éramos peregrinos. Pues sí señor, lo somos. Muy amablemente nos abre la sacristía, nos sella la credencial, nos da una estampita de la Virgen del Prado y nos desea buen peregrinaje, pidiéndonos que al llegar a Guadalupe recemos para que llueva. Muy simpático el curilla.
Con los deberes del día hechos, nos vamos al hotel, dejamos los trastos y nos damos una vuelta para cenar algo. Picamos unas tapas muy ricas en La Alcaparra, en el cruce de Lepanto con Joaquina Santander, y tras otro medio cubata, pero sin tardar mucho, nos volvemos al hotel a dormir porque mañana empieza lo bueno.
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